29.11.07

“Alexia” (Instalación 7)

(Es aconsejable empezar con instalación 1 que se encuentra mas abajo.)

Es impresionante cuan rápido los pensamientos llenan la mente fatigada. Vienen con tanta fuerza que es casi imposible aguantar su diluvia de demandas. Con la emoción del día, su arduo trabajo en la fábrica y poca alimentación Alexia casi se desmayó a levantarse del pequeño colchón. Se paró con una mano en su frente y la otra apoyada en la pared oscura de adobe. Fue en este momento de pausa que ella se recordó porque estaba tan enojada y llorando en camino a casa. Al ver su mano tan cerca de su cara, blanca en un lado y negra en la otra, la conversación que tuvo con su jefe acerca de su situación actual la dolía otra vez al pensar en las palabras dañinas que él había dicho.

“Sí, señor. ¿Usted querría verme?” La supervisora de la sección de la fábrica donde Alexia trabajó le había dicho que el jefe querría hablar con ella al terminar su turno.

“Ah, sí. ¡Que bien, nena!” Así las llamó a todas las mujeres jóvenes que ocuparon un espacio en su empresa. Ofreciéndola un asiento y cerrando la puerta de su oficina se paró detrás de ella.

“He visto que has estado trabajando aquí varios meses y nunca te he hablado.” Empezó poniendo su mano gordo en su hombro.

Esquivando el toque ella respondió, “Está bien. Entiendo que es una persona muy ocupada.”

“Pero, me gustaría conocerte un poco mas.” No dándose por vencido el hombre calvo acarició los rulos negros de la nuca de Alexia. “Te he visto trabajando muy duro,” dijo mojando sus labios con su lengua morada, “¿Qué piensas si te de un aumento?” Persiguió; su mano se bajó y encontró el seno.

Asustada Alexia se saltó y corrió hasta la puerta. En vano intentó abrirla. Lágrimas de enojo llenaron sus ojos al sentir la mano sucia de aquel hombre en su cinturón delgado. Dio la vuelta para ver que su jefe estaba agarrando las llaves en su otra mano balanceándolas con una sonrisa grande en su boca mostrando sus pocos dientes de color café. “Por favor, señor, ábrame la puerta. Por favor.” Ella suplicó enfada pero intentando mantener la calma.

“Hay una manera de hacerme abrir la puerta, mi negrita nenita.” Y otra vez intentó acercarse a ella.

Aterrorizada le empujó y dijo con dientes cerrados, “¡Nunca, cerdo!” A esto se enojó el hombre. Su sonrisa malvada desapareció y su cara se desfiguró.

“¡Desagradecida! ¿No te importa tu trabajo? ¿A dónde más vas a conseguir un trabajo en esta ciudad? Eres nada más que una rechazada negra. ¡Todos te odian! Y por encima eres viuda. ¿A dónde más puedes irte? Yo soy el único misericordioso, todos lo demás se burlan de ti. ¿Yo soy un cerdo? ¡Ja! No soy un cerdo. Pero sí, te voy a mostrar quien soy, y quien eres tú…” Él continuó con profanidades e insultos, riéndose. Viendo su oportunidad Alexia le acercó tímidamente pretendiendo someterse a sus avanzas. Cuando él bajo sus brazos que estaban moviéndose con la emoción del discurso ella empezó acariciarlos lentamente desde sus hombros altos hasta llegar a sus muñecas. Agarrando las llaves velozmente con una mano y empujándole en la panza fuertemente con la otra mano al mismo rato se fue corriendo hacía la puerta. Él tropezó con la silla al buscar su equilibrio y se cayó al piso. Por fin encontrando la llave correcta ella se escapó tirando las llaves al piso huyendo por el pasillo hasta afuera. Él gritó detrás de ella todo tipo de insulta amonestándola si atravesaría poner un pie en la fábrica otra vez que la mataría con sus propias manos. Por su mal estado físico se fatigó al llegar a la puerta. Esculpió hacia la dirección de Alexia y la dejó ir. No le dio un pensamiento mas porque estaba frío afuera. Encendiendo un cigarrillo regresó al calor de su oficina donde encontró su botella de licor y su estufa.

Todo esto perturbó la mente de Alexia. La memoria de la tremenda experiencia se repitió vez tras vez tan rápidamente y fue tan horrible que le dio mareos. Cuando intentó a recuperarse y dar la vuelta tropezó sobre sus propios pies porque sus piernas estaban temblando. Iba a caerse si no fuera por la atención astuta de Samuel que estaba fijándola. La agarró de la mano guiándola a la mesa para sentarse.

Alexia miró a la cara de su cuñado y de repente se dio cuenta de algo, “¿Por qué estás aquí Samuel? Ahora mismo me di cuenta que ni se por qué estás aquí.” Y repitió la pregunta mientras que él la acomodó en la silla asegurándose que estaba sentada bien, “¿Por qué viniste?”
(Continuará...)

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